Existen palabras que llevan consigo una fuerte carga negativa, la exclusión es una de ellas. Desde la memoria ancestral viene acompañada de la aflicción y el dolor.
Se la asocia casi únicamente a acciones de descarte de parte de otros hacia nosotros extendido a toda situación externa que nos hace a un lado reactivando viejas heridas de desmerecimiento y descalificación.
Produce un impacto tal que un yo no tan entrenado puede sucumbir y desorganizarse generando reacciones inadecuadas para una conciencia que busca abrirse paso mediante este desafío.
Si logramos permanecer respirando y sostenernos cuando ocurre esta invitación de crecimiento, comenzaremos a percibir un sutil movimiento de la mirada ...
La exclusión nos tiene como únicos protagonistas toda vez que rechazo y recluyo aquellas partes que decido son peligrosas para la imagen que necesito mostrar hacia el exterior.
El rechazo por aquello que considero inapropiado por no corresponder
a lo esperado por miradas ajenas.
La desconsideración en desatender necesidades propias para dar únicamente
espacio a la instalación de reclamos innecesarios de quienes exigen miradas consentidas.
Por ello recordemos ...
Cuando me alejo del compromiso de conocer y re-conocer mis valores y mis capacidades estoy rehuyendo de mi responsabilidad de ofrecer mi don al servicio de la humanidad.
Cuando niego y reniego de mi camino de crecimiento me excluyo de toda participación en el peregrinaje compartido con todo ser viviente.
Toda vez que excluyo la Conciencia y me entrego a dormir en la comodidad del desconocimiento excluyo la presencia del alma y la Verdad del Ser.